Es que no se trata tanto de viajar como de partir. GEORGE SAND
(I)
Pero no, tampoco cuando toco la puerta del misterio, cuando viajero de la luz madrugo, tampoco entonces hallo mi reposo ni se entornan postigos de otro tiempo tras del amor. Entonces fuera cierta mi tristeza si no pensara en ti. Entonces un silencio con estrellas traiciona mi dolor. Cuando ya el alba evidencia caballos fugitivos, turbios aún, cuando la brida sola me delata y el orín de la espuela y su memoria, ¿a dónde galopar, a dónde, dime, también sin tu valor? Entonces, mírame, mira mis dedos perseguir la vida en campos tantas veces prisioneros, con el miedo, y allí donde fracasa tu cintura poner un bando nuevo de palomas mientras que sube el mar.
(II)
¿Para qué fuiste allí, Federico Chopin, si no quedaban sueños en Mallorca, si en su cuerpo cadencias se perdían lejos de ti? Ella llevaba un traje tan extraño... ¿Quién puso en los teclados el pañuelo que dice adiós y mata y desordena, viajeros de su terco laberinto? Pero la luz, la luz acaso suya... ¿Por qué la polonesa enamorada sangró de golpe el sueño que no vino? Ella llevaba un traje tan distinto... ¿Para qué fuiste allí, Federico Chopin? Aquella noche no, no pudiste soñar de tanto invierno como puso el amor.
(III)
Yo también, alarmada, con el miedo, me aventuro sin luz en los fondos azules donde tú ya no estás. Tampoco el mar me lleva. Acaso los cipreses que guardan el torrente –abriéndose camino– ponen de pie mis ojos tan lejos de París. O las palmeras, lacias, las cuatro grandes cabelleras deshabitadas, ya no sepan de ti bajo las lluvias. Yo también sueño el mar que no se entrega si no en la libre soledad. Y mírame, cuando entre las montañas hace el frío, cuando miro las calles arruinadas junto a mi corazón, yo también me naufrago en el torpe destino que dice amor pero pasión tributa a cada pie, a cada despedida. Y en el rubio destrozo descorazonador de aquellos años sabios con futuro en los que aún soñé, en la Casa del Viento, ¿quién tenderá su orilla en mi batalla, quién abrirá los brazos del reposo, quién anduviera, dime, sin luces, su dolor? No, aquella noche no, aquel ciego silencio, deslumbrada. Aquella noche no, no pudimos soñar de tanto invierno como puso el amor.