(III)

Ya no conozco a nadie y me tiemblan los huesos
y una humedad antigua me alimenta
porque no sé quién soy
que una terrible soledad me agota
esforzado en saber por qué tanta tortura,
por qué tanta miseria salpicándolo todo.

Y todo de repente:
Como el salto de un gato,
como un aguijonazo repentino.

Yo desaparecido
sólo recuerdo un vago llamear de fusiles,
un tropel de uniformes por la calle
y los ojos vendados
y voces de soldados
y a culatazos puesto de rodillas
sobre esta piedra fría
adonde voy dejando resbalar la memoria,
ovillarse la vida.

La vida
que es un toque de queda para siempre,
una fuerza mayor arrebatada
por la visita larga de los torturadores,
ese perro encendido por los ojos del odio
que asalta mis riñones y muerde mis testículos
o la rata que escarba mi vagina
mientras yo me debato
en mi propio excremento y mi vómito grande
y pienso cuándo, dónde, dónde estará mi casa,
mi nombre y mis hermanos,
derrotado y desnudo
cabalgando en la barra que se clava en el sexo.

Yo que soy todo el pueblo de Argentina en un puño
humillado por tanto general y bigote.
Yo desaparecido.
Yo condenado al miedo y al silencio.

De ARGENTINA 78 [Granada: La Tertulia, 1983]